miércoles, 12 de junio de 2013

El daño invisible a causa de la ausencia sostenida de clases

Es conocido por todos que la etapa de adolescencia por la que pasan nuestros hijos es particularmente vulnerable desde lo emocional, en esta etapa se manifiestan con mayor frecuencia estados depresivos (pudiendo llegar a presentar conductas suicidas), fluctuaciones de la autoestima, cuadros de ansiedad o estrés, ingestas alimenticias excesivas, inestabilidad emocional y otros trastornos psicoafectivos.

El consumo de sustancias (drogas y alcohol), suele presentarse de modo experimental, por lo general, en este rango de edad.
Desde el ámbito escolar se encuentran en una etapa esencial para la consolidación de estrategias de estudio, así como el fortalecimiento de las motivaciones centradas en esta actividad y que sentarán mayor -o menor- solidez en las bases para ingresar y permanecer en la educación superior.
Por otro lado, esta etapa es de trascendental importancia en la desarrollo de sus intereses, motivaciones, construcción de valores, patrones conductuales pro-sociales, desarrollo de capacidades y conceptos intelectuales básicos para la vida cívica. Parte fundamental de este desarrollo se da, imprescindiblemente, dentro del marco social y en conjunto con su grupo de pares, más concretamente su grupo curso, siendo éste el grupo de referencia más importante, dada la permanencia y el compartir gran parte del día en contacto e interacción con este grupo.
En consideración a todos los elementos anteriormente señalados, es que frente a la situación de toma del establecimiento educacional -ya por tercer año consecutivo, e independientemente de que alumnos y apoderados compartamos las demandas estudiantiles- nos encontramos en el actual escenario del IN con un número importante de adolescentes que están manifestando problemas importantes en su salud psicoemocional: cuadros amotivacionales, sintomatología depresiva (expresada en hipersomnia, mayor o menor ingesta de alimentos por el estado de ansiedad asociado), irritabilidad, labilidad emocional, sentimiento de profunda frustración, desorden de hábitos, de horarios, de normativas (pasan todo el día jugando en sus PCs, con consolas, en facebook), visualización de un proceso educativo que no cumple sus expectativas, fundamentalmente porque el proceso de enseñanza aprendizaje formal se enmarca necesariamente en un proceso compartido con otros “iguales” y frente a un guía de este proceso (profesor/a). En el actual escenario dicho proceso se ha visto nuevamente truncado e interrumpido por la ausencia de la actividad fundamental de nuestros hijos, como son las clases diarias y continuas -insisto, independientemente que haya anhelos compartidos respecto de la educación que debe existir en nuestra sociedad-, pues a la situación inicial de estar sin clases, se suman las secuelas psicológicas asociadas a una baja en el rendimiento escolar (experiencia ya conocida por muchos y producto de la misma situación en años anteriores), aumento del nivel de ansiedad ante la incertidumbre de poder rendir de buena forma y superar las notas deficientes, y la escalada que continúa en cuanto a ir quedando con materias a “medio pasar”, lo que finalmente se transforma en una bola de nieve que ya ha puesto en evidencia sus repercusiones en asignaturas de mayor complejidad (altísimo porcentaje de bajas notas en asignaturas tales como matemáticas, por ejemplo, más allá de lo habitual para común del alumnado del IN).
Síntomas psicológicos y/o emocionales como los anteriormente detallados, ha llevado a un número importante de familias a recurrir a especialistas en salud mental (psicólogos, neurólogos, psiquiatras), tanto para solicitar apoyo y atención a nuestros hijos, como orientación a las afligidas familias que desconocen cómo abordar este daño invisibilizado causado por las tomas y la consecuente ausencia sostenida de clases. Significativo es además el número de adolescentes que han debido incorporar en su tratamiento psicofármacos, como coadyuvantes y paliativos de la sintomatología presente, añadiendo de esta forma una complejidad adicional.
El daño que cada vez más adolescentes sienten y comienzan a manifestar en su estado de salud psicoemocional se ha ido extendiendo, pero por tratarse de una situación nueva en cuanto a su ocurrencia –ya por tres años consecutivos-, creo que es un fenómeno aún invisibilizado, y que se ha atendido y enfrentado a nivel familiar, con los escasos recursos y limitado acceso a este tipo de atención que muchas familias presentan. No se ha enfrentado a nivel de comunidad educativa, ni como comunidad de apoderados. Sin embargo, y por todo lo anteriormente señalado, debemos congregarnos a atender, además, este daño invisible, en pro de buscar, exigir y procurar una adecuada salud psicoemocional a nuestros hijos. Para ello, el retorno a clases, a sus procesos educativos, a compartir con sus pares, incluso a verse exigidos y presionados por un óptimo rendimiento académico, se torna cada vez de mayor urgencia. Es más, incluso el mismo petitorio de demandas institutanas podría ser abordado de manera más efectiva y eficiente si estuviesen “todas las manos, todas las voces”, todas las competencias avocadas a un mismo gran objetivo estudiantil, con tod@s incluid@s, haciendo clase y construyendo la Convergencia Institutana del Bicentenario.
Alejandra Alarcón
Psicóloga
Apoderada Instituto Nacional

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