Es conocido por todos
que la etapa de adolescencia por la que pasan nuestros hijos es
particularmente vulnerable desde lo emocional, en esta etapa se
manifiestan con mayor frecuencia estados depresivos (pudiendo llegar
a presentar conductas suicidas), fluctuaciones de la autoestima,
cuadros de ansiedad o estrés, ingestas alimenticias excesivas,
inestabilidad emocional y otros trastornos psicoafectivos.
El consumo de
sustancias (drogas y alcohol), suele presentarse de modo
experimental, por lo general, en este rango de edad.
Desde el ámbito
escolar se encuentran en una etapa esencial para la consolidación de
estrategias de estudio, así como el fortalecimiento de las
motivaciones centradas en esta actividad y que sentarán mayor -o
menor- solidez en las bases para ingresar y permanecer en la
educación superior.
Por otro lado, esta
etapa es de trascendental importancia en la desarrollo de sus
intereses, motivaciones, construcción de valores, patrones
conductuales pro-sociales, desarrollo de
capacidades y conceptos intelectuales básicos para la vida cívica.
Parte fundamental de este desarrollo se da, imprescindiblemente,
dentro del marco social y en conjunto con su grupo de pares, más
concretamente su grupo curso, siendo éste el grupo de referencia más
importante, dada la permanencia y el compartir gran parte del día en
contacto e interacción con este grupo.
En consideración a
todos los elementos anteriormente señalados, es que frente a la
situación de toma del establecimiento educacional -ya por tercer año
consecutivo, e independientemente de que alumnos y apoderados
compartamos las demandas estudiantiles- nos encontramos en el actual
escenario del IN con un número importante de adolescentes que están
manifestando problemas importantes en su salud psicoemocional:
cuadros amotivacionales, sintomatología depresiva (expresada en
hipersomnia, mayor o menor ingesta de alimentos por el estado de
ansiedad asociado), irritabilidad, labilidad emocional, sentimiento
de profunda frustración, desorden de hábitos, de horarios, de
normativas (pasan todo el día jugando en sus PCs, con consolas, en
facebook), visualización de un proceso educativo que no cumple sus
expectativas, fundamentalmente porque el proceso de enseñanza
aprendizaje formal se enmarca necesariamente en un proceso compartido
con otros “iguales” y frente a un guía de este proceso
(profesor/a). En el actual escenario dicho proceso se ha visto
nuevamente truncado e interrumpido por la ausencia de la actividad
fundamental de nuestros hijos, como son las clases diarias y
continuas -insisto, independientemente que haya anhelos compartidos
respecto de la educación que debe existir en nuestra sociedad-, pues
a la situación inicial de estar sin clases, se suman las secuelas
psicológicas asociadas a una baja en el rendimiento escolar
(experiencia ya conocida por muchos y producto de la misma situación
en años anteriores), aumento del nivel de ansiedad ante la
incertidumbre de poder rendir de buena forma y superar las notas
deficientes, y la escalada que continúa en cuanto a ir quedando con
materias a “medio pasar”, lo que finalmente se transforma en una
bola de nieve que ya ha puesto en evidencia sus repercusiones en
asignaturas de mayor complejidad (altísimo porcentaje de bajas notas
en asignaturas tales como matemáticas, por ejemplo, más allá de lo
habitual para común del alumnado del IN).
Síntomas psicológicos
y/o emocionales como los anteriormente detallados, ha llevado a un
número importante de familias a recurrir a especialistas en salud
mental (psicólogos, neurólogos, psiquiatras), tanto para solicitar
apoyo y atención a nuestros hijos, como orientación a las afligidas
familias que desconocen cómo abordar este daño invisibilizado
causado por las tomas y la consecuente ausencia sostenida de clases.
Significativo es además el número de adolescentes que han debido
incorporar en su tratamiento psicofármacos, como coadyuvantes y
paliativos de la sintomatología presente, añadiendo de esta forma
una complejidad adicional.
El daño que cada vez
más adolescentes sienten y comienzan a manifestar en su estado de
salud psicoemocional se ha ido extendiendo, pero por tratarse de una
situación nueva en cuanto a su ocurrencia –ya por tres años
consecutivos-, creo que es un fenómeno aún invisibilizado, y que se
ha atendido y enfrentado a nivel familiar, con los escasos recursos y
limitado acceso a este tipo de atención que muchas familias
presentan. No se ha enfrentado a nivel de comunidad educativa, ni
como comunidad de apoderados. Sin embargo, y por todo lo
anteriormente señalado, debemos congregarnos a atender, además,
este daño invisible, en pro de buscar, exigir y procurar una
adecuada salud psicoemocional a nuestros hijos. Para ello, el retorno
a clases, a sus procesos educativos, a compartir con sus pares,
incluso a verse exigidos y presionados por un óptimo rendimiento
académico, se torna cada vez de mayor urgencia. Es más, incluso el
mismo petitorio de demandas institutanas podría ser abordado de
manera más efectiva y eficiente si estuviesen “todas las manos,
todas las voces”, todas las competencias avocadas a un mismo gran
objetivo estudiantil, con tod@s incluid@s, haciendo clase y
construyendo la Convergencia Institutana del Bicentenario.
Alejandra Alarcón
Psicóloga
Apoderada Instituto
Nacional
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