Con
este elocuente título, hace exactamente 27 años la Revista HOY
encabezaba un artículo especial cuya pretensión era promover una ya
tardía defensa del proyecto público, democrático y republicano del
Instituto Nacional frente al anuncio de que éste, junto a todos los
establecimientos educacionales que aún mantenían un régimen no
municipal, pasaba definitivamente a la administración – en este
caso - del Municipio de Santiago.
El
contexto era claro: La municipalización se había concretado, los
estudiantes intentaban reaccionar a pesar de todas las restricciones
propias de la dictadura militar, pero la política educativa del
régimen se impuso y el coraje de pocos no bastó para movilizar el
temor de muchos que, sin creer en el nuevo modelo, lo consideraron
como ineluctable. Con los años, es de justicia precisar que ese
temor no es equivalente a la apatía egoísta de los que hoy
no se interesan por los temas públicos argumentando simplemente
responsabilidades de "los otros", sino un temor
visceral e inmovilizador que sólo es entendible en una realidad que
hoy a mucha gente le cuesta dimensionar y comprender.
A
pesar de aquello, para los que sí decidieron movilizarse, una frase
tan simple como la que sirvió de encabezado al artículo de la
revista HOY resumía la preocupación de la comunidad institutana:
"Queremos
seguir siendo el primer foco de luz de la nación y no una vela
apagada del Municipio de Santiago". Han
pasado 27 años y con dolor hay que plantear que lo peor de ese
escenario, en aquellos años aún ficticio, hoy está plenamente
consumado.
El
Instituto Nacional se encuentra ad-portas
de
conmemorar sus doscientos años. Para todas las instituciones que
vienen escalonadamente desde hace tres años celebrando su
bicentenario, hemos visto que estos festejos se han dado en el marco
de proyectos institucionales vigorizados y revisitados, de
mejoramiento de su infraestructura, de esfuerzos comunicacionales
destinados a poner en un contexto de valor su gravitación e
importancia en la historia nacional, etc. Sin embargo éste no es el
caso del Instituto Nacional; el colegio público más importante de
nuestro país enfrenta las actividades conmemorativas sumido en una
profunda crisis cuyos factores son múltiples, pero cuyo punto común
es uno solo: la indiferencia.
A
27 años de la municipalización, el Instituto Nacional es prisionero
de un clima general de indiferencia que ha desvalorizado y banalizado
lo público como factor de integración social, pero a la vez como
espacio de encuentro de todas las diferencias. Hasta las almas más
profundamente progresistas y conscientes de nuestro país - aquellas
que solidarizan con todo lo que no les afecte - no matriculan a sus
hijos en colegios públicos, aunque éste sea precisamente el
Instituto Nacional.
El
Instituto Nacional es igualmente prisionero de una actitud de
indiferencia por parte de sus autoridades directivas que se han
contentado con una política de administración sin hacerse
responsables de las tareas de futuro para las cuales el Instituto fue
creado. En la misma dirección, este establecimiento es prisionero de
un "marco municipal" que lo ha precarizado como proyecto y
al cual no ha destinado en todos estos años ni preocupación, ni
energía, ni tiempo, ni menos aún buenas ideas.
El
Instituto Nacional parece además ser prisionero de la indiferencia
de muchos de sus profesores quienes se muestran incapaces de imprimir
densidad y racionalidad a la discusión de los problemas que enfrenta
la educación pública; son meros espectadores que no contribuyen a
transmitir una identidad desde la cual enfrentar la discusión que es
necesario seguir dando.
El
Instituto Nacional es prisionero de la indiferencia de una gran
mayoría de apoderados cuya única expectativa es que el colegio
trasforme mágicamente a sus hijos en exitosos profesionales, pero
que no están disponibles para destinar un segundo de su tiempo a su
desarrollo y crecimiento.
Pero
también el Instituto Nacional es prisionero de sus alumnos; de
aquellos pocos que consideran que la radicalización, aún siendo
autodestructiva, es la manifestación más pura de un espíritu
rebelde, aunque impreciso, que se caracteriza por tener una gran boca
e ideas pequeñas, y de aquellos muchos que, nuevamente con
indiferencia, poco les importa las consecuencias colectivas de esta
práctica. En este marco, el esfuerzo, la meritocracia, el propio
idealismo, son temas completamente accesorios.
El
espíritu institutano se aferra a una tradición que es fructífera,
pero que no es suficiente, y al trabajo de pocos, pero valiosos
integrantes de la comunidad escolar, que están dispuestos a
continuar pertinazmente el esfuerzo de producir una formación de
calidad para una mejor democracia.
Como Apoderado del IN, me complace imprimir en esta página el primer comentario diciendo, Contra la indiferencia, ¡El Instituto SI!
ResponderEliminarRJOB